PERFIL DOCENTE E INVESTIGADOR TRANSIDO DE ESPÍRITU RENOVADOR
Adolfo Posada nació en Oviedo el 18 de septiembre de 1860 y murió en Madrid el 8 de julio de 1944. Una vida larga cuajada de trabajo docente, investigador y de servicio público. Los 20 años de catedrático en Oviedo fueron, como apunta SOSA WAGNER “su época feliz, época de horas de despacho, de paseos con los colegas, de tertulias, de afanes del joven que ya se ha asentado en la vida, telar de proyectos. Escribe y escribe …. “. Su grupo de colegas en la facultad de derecho -el denominado “grupo de Oviedo”, fue un grupo de amigos con los que compartió muchas inquietudes e ideales de renovación de la sociedad de la España de aquel tiempo, ciertamente no en sus mejores momentos.
Sus “Fragmentos de mis memorias”, unos recuerdos que escribió cumplidos los 80 años, son un prodigio de una memoria privilegiada, sin papeles. La documentación personal y la biblioteca que guardaba en su casa de Madrid fueron allanadas al poco de comenzar la guerra civil. Así que tuvo que bucear en la historia de su propia vida y sacar a flote acontecimientos y situaciones que se remontaban a sesenta años antes, cuando comienza su vida de catedrático en su ciudad natal ¡con solo 23 años!, pero que quedaron muy bien prendidas en su interior. Entrañan un gran interés humano pues desde el hondón de su inteligencia privilegiada y de un temperamento inasequible al cansancio y al servicio a las gentes de su tiempo, especialmente a sus alumnos, adquieren un valor permanente.
Pronto dio muestras de su modo comprometido y avanzado de entender la docencia desde la autoexigencia personal, propia de un “hombre de virtud severa y nobilísima conducta” como dijera el académico FRANCISCO AYALA, a la sazón discípulo suyo.
Ya “en la primera clase -cuenta en primera persona- comencé a hablar sin plan previo, esforzándome por hacerles comprender mi propósito de trabajar con ellos, sin pasar lista para poner faltas, e improvisando, casi sin darme cuenta como una especie de elección preliminar cuajada de digresiones, poniendo el alma en la palabra y, por tal manera, sin señalar nada para el día siguiente…”. Y, remedando a Fray Luis de León, con “un mañana continuaremos terminé tres cuartos de hora después de haber empezado y así fue como inicié las labores de mi cátedra…..”.
Más sosegadamente, en la lección inaugural que pronunció en el inicio del curso académico siguiente -1884-1885- trató el tema de la enseñanza del derecho. En ella, según SOSA WAGNER, “los mismos males que Posada denunciaba hace más de un siglo, (planes de estudios memorísticos, ausencia de reflexión crítica, clases pomposamente magistrales, falta de cultura general para conectar los estudios jurídicos con la sociedad …) hállanse incorruptos en nuestras facultades de principios del siglo XXI”.
Cómo consideraba él la cátedra universitaria se refleja en unas palabras en las que brilla el espíritu de servicio y la iniciativa creadora frente a la rutina:
“… la cátedra si puede ser pedestal de pedantismo o canonjía laica de quien la goce como una sinecura, puede ser también una admirable, fecundo ejercicio de regeneradora modestia, escuela de aprendizaje espiritual y de renovación moral. Por lo que a mí se refiere no sabría cómo expresar lo que a mi cátedra le debo. Apenas he escrito un artículo y, claro es, un libro, que no haya surgido o no me lo haya sugerido la cátedra…”.
Y describe gráficamente la docencia que imperaba en aquellos tiempos de una clase de 30 alumnos:
“El método usual en la universidad era la explicación oral siguiendo un programa con visitas con vistas al examen de fin de curso, la circunstancia de que nuestras clases contaban con pocos alumnos, unos treinta como promedio, permitía que durante el curso el profesor entretuviese su tiempo haciendo con frecuencia preguntas a los asistentes, con lo que resultaban los exámenes innecesarios para los asiduos. En muchas de las clases se empleaba como auxiliar el libro de texto, que en algunas tenía el carácter del libro de consulta. Las preguntas se transformaban fácilmente, tal como ocurrían los cursos de Buylla, Aramburu, Alas y en la mía, en diálogos. Se hacían en algunas clases ejercicios prácticos, disertaciones sobre temas elegidos por el alumno, que luego eran objeto de discusión y de crítica. Se redactaban diarios de clase y programas de estudio, realizándose en la de Economía de Buylla visitas a centros industriales. Esto aparte, organizábamos Aramburu, Buylla y yo excursiones a los monumentos artísticos de los alrededores de Oviedo….”.
Su iniciativa investigadora fue muy fecunda a lo largo de toda su vida. Son incontables las obras que escribió en esos 20 años de Oviedo. Pasan la veintena los libros publicados. En el curso siguiente -noviembre de 1894- vio la luz sus “Principios de Derecho Político”, obra de 350 páginas.
Cuenta en sus “Fragmentos”:
”En el verano de 1884 con sólo un curso de cátedra terminé el libro que había de ser en relación con mi larga peregrinación por las regiones del derecho político, la impensada iniciación de cuarenta y tantos años de persistente labor. Quizá fuera un poco precipitada la elaboración y publicación de este mi primer libro titulado Principios de derecho político. Introducción”.
A esa obra le seguirían otras varias de sociología y pedagogía. Entre ellas destacan su Tratado de Derecho Político, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1893-1894, 2 tomos (5 eds. hasta 1935; ed. Granada, Comares, 2003); y su Tratado de Derecho Administrativo, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1897-1898 (2.ª ed. 1923);
Recogemos un texto en el que aparece la buena administración, principio de moda en la actualidad. Escribe sobre Derecho administrativo y buena administración:
Tratado de Derecho Administrativo, T.1, 1897, págs. 20-21.
RELACIONES DE AMISTAD CON COLEGAS, ESPECIALMENTE CON LEOPOLDO ALAS, “CLARÍN”, CATEDRÁTICO DE DERECHO ROMANO Y AUTOR DE “LA REGENTA”
No era Posada un ser solitario, con sus clases, su biblioteca, sus publicaciones, su familia. No. Cultivó y practicó las relaciones de compañerismo y amistad con sus colegas de Facultad donde se generó un hogar intelectual, el “grupo de Oviedo”, que buscaba la renovación pedagógica y social de España. Llama la atención el buen ambiente de las juntas claustrales de la Universidad de Oviedo:
“Nuestras juntas claustrales estaban desprovistas de todo aparato o solemnidad y no había para que pedir en ellas la palabra en pro o en contra. Se despachaban todos los asuntos dialogando familiarmente y resolviendo lo que entendíamos más oportuno con acuerdos que, por decirlo así, surgían espontáneamente en las conversaciones. El secretario levantaba su acta. Y no recuerdo que el acta se leyera al comenzar la reunión siguiente: se daba por leída. Si alguna vez las circunstancias del caso exigían cierto orden externo para tomar determinada decisión, entonces se mantenían formalmente las actitudes reglamentarias y se resolvía previo estudio, y hasta ponencia, sin llegar nunca a una votación por resultar innecesaria. La intriga no se practicó jamás aquellos días de mis años de trabajo”.
Cuando llega a Oviedo como catedrático se encuentra con quienes fueron sus maestros y con otros colegas más contemporáneos podríamos decir. Es muy notable la amistad entre quienes profesaban ideas bien distintas. Su espíritu liberal se pone de relieve en estas palabras: “es posible además de fecunda la cordialidad íntima entre personas de distinto modo de pensar. Con claridad comprendí que lo que divide a las gentes bien educadas y cultas, tanto en el mundo de las ideas y de los ideales como en el de las creencias y de la acción, no se opone a las coincidencias sobre principios supremos entre hombres de buena voluntad todos los profesores de nuestra universidad…”
Va repasando POSADA en sus memorias las relaciones de amistad con sus colegas, especialmente estrechas con LEOPOLDO ALAS, “Clarín”, con quien se paseaba por el Campo de San Francisco charlando y comentando las inquietudes del profesor y literato autor de la gran novela del siglo XIX. “La Regenta”. “Fui, confiesa, afortunado testigo en la más grata intimidad de aquel maravilloso engendrar y de aquel alumbramiento portentoso que escribía en las altas y silenciosas horas de la noche”, de cuya creación y desarrollo emanaban desahogos y confidencias con POSADA mientras paseaban por el citado campo y repasaban aquellos personajes de la novela tomados de la vida real del Oviedo de aquel tiempo en el que, bien podría decirse, “se conocían todos”.
Leopoldo Alas, “Clarín”
Se inspiró Clarín en el Casino del que era contertulio, o en personajes de la ciudad o de la facultad que luego transmutaba en personajes de la novela. Alguno llegó a mosquearse públicamente al enterarse que podía haber servido de inspiración al catedrático de Derecho Romano. Una obra de esas dimensiones retrata sobre todo a su autor. Y no sorprende lo que dice POSADA respecto de su amigo Alas:
«al recordar los días de Oviedo que no habrían sido en mí ni para mí como en realidad fueron si no hubiera tenido la fortuna de vivir tan íntima y tan constantemente la vida de Leopoldo. No, no hay que disimular ni atenuar el influjo, a mi ver renovador y estimulante, de acción inquietadora o tranquila según los días y los temas, de Alas maestro, escritor y deambulante por no decir peripatético. En estos mis recuerdos quisiera definir y dibujar con fidelidad los rasgos y la enjundia de su personalidad, una de las más fuertes, vigorosas y originales de la noble España que comenzaba a sacudir su triste decadencia y a remontar, con paso firme, bien se ha visto, la pina cuesta de su ansiado renacer».
No es extraño que ese clima de confianza y amistad con los colegas se prolongara hacia los alumnos. Con palabras que asigna a Leopoldo Alas afirma que este “era partidario como varios de mis queridos compañeros de que nuestra enseñanza sea ante todo una amistad, un lazo espiritual, una corriente de ideas, y también de afectos, que vaya del profesor al discípulo y vuelva al profesor y jamás se reduzca un puro mecanismo cuya única fuerza motriz sea la autoridad cayendo de lo alto: partidario más de sugerir hábitos de reflexión que de enseñar una ciencia, que acaso yo no tenga, quería dar en esta mi primera oración académica una muestra del trabajo de mi cátedra….”.
Con Alas habla de lo divino y de lo humano: de la vida modestísima de un catedrático de provincias con un sueldo anual de 3500 pesetas y al que en su caso le produce fiebre pensar que tiene que enjugar el déficit con el ejercicio de la abogacía.
“Solo la idea de acudir a los juzgados, de recibir a los clientes y de enfrascarme en los autos de un pleito o de una causa me sublevaba y hasta creo que me levantaba fiebre”.
⎻ Mira Adolfo, le decía Alas, con un dejo de escepticismo: “lo malo es que el derecho político no interesa al público que solo se alimenta o distrae con la lectura de un periódico…”. El solo pensaba en “la clase, unos cuantos libros y revistas y a trabajar”. Menos mal que refugiado en sus pensamientos, en su escritura con la que gozaba, en las traducciones, y en las colaboraciones periodísticas sobre pedagogía y reformas sociales, pudo ganarse algún sustento adicional que remediase la precariedad que imponía el exiguo sueldo de catedrático. Entre las traducciones el Derecho administrativo comparado de Frank Johnson Goodnow.
La precariedad no era solo del sueldo sino de libros de la biblioteca, una de sus prioritarias atenciones.
“La biblioteca -dice- contaba con unos treinta y seis mil volúmenes. El aumento de volúmenes por año se calculaba en cuatrocientos procedentes de envíos del ministerio de Fomento y de donaciones particulares nada se adquiría por adquisición directa como hacerlo con las mil pesetas que tenía la biblioteca de subvención anual…”.
Y no menor miseria la de las aulas de la facultad. Unas aulas con gradas en semicírculo sin respaldo donde apoyarse y tomando apuntes colocando un libro o un cuaderno sobre el muslo. Consiguió Posada “que se reformaran haciéndolas más cómodas y atractivas. Y también la sala de profesores, conseguida a costa de la reforma de la casa habitación del conserje que ocupaba buena parte de la planta baja de la universidad. Así se dotó al personal docente de un saloncito de espera donde cobijarse de clase a clase resguardados del frío. Y así empezó mi vida de arreglador académico….”.
Leopoldo Alas hizo el prólogo a un libro de Posada sobre ideas pedagógicas modernas publicado en 1892. Según Leopoldo Alas “Posada era el alma de todo lo moderno, de toda reforma en la modesta universidad donde tiene su cátedra, dirige la biblioteca facultativa, organiza excursiones con sus ilustres compañeros de fatigas”.
Se conservan 10 cartas de Posada a Clarín. Muchos detalles de la vida cotidiana. Un ejemplo de cómo pasaba el verano entre familia y trabajo en la carta de 27 de julio de 1894 en la localidad costera de Salinas:
“Estoy pasando un verano muy bueno. Lo mismo Lucila que los niños que yo, estamos buenísimos. Aunque trabajo bastante (todo, todo hace falta) no dejo de pasear y de moverme. Con el método y equilibrio que usted sabe procuro yo guardar”.
Finalmente cuenta Posada cómo le acompañó en sus últimos momentos. Le decía a su esposa:
⎼ “Onofre, qué rara y feliz coincidencia. Están aquí los tres Adolfos, ¡qué Adolfos! Adolfo mi hijo, Adolfo mi hermano y Adolfo mi mejor amigo…!”.
AMISTAD CON OTROS PROFESORES DE SIGNO IDEOLÓGICO DIFERENTE AL SUYO. TRASLADO A MADRID
Repasa Posada su amistad con otros profesores aun de ideas bien diferentes suyas, ancladas en la filosofía krausista. Así Matías Barrio y Mier, carlista “cien por cien” pero con quien se entendía muy bien y que le hizo de cicerone en una visita a Toledo que Barrio conocía muy bien porque vivió de joven en la casa de un tío suyo deán de la catedral primada.
Otro fue Guillermo Estrada Villaverde catedrático de derecho canónico, también carlista pero decía Posada que se había entendido con ellos “más fácilmente que con cualquier librepensador profesional con quien seguro estoy no me habría entendido, me ocurría en esto algo parecido a lo que Clarín le ocurría quien prefería la presencia del cura de la parroquia a la del juez municipal para convalidar o dar solemnidad a ciertos actos decisivos de la vida. Pero es que Alas no podía soportar, y con razón, que en la vida íntima se le impusiera un ceremonial laico elevado a la categoría de institución pública o del Estado”.
Adolfo Álvarez-Buylla Guillermo Estrada Villaverde
Félix de Aramburu y Zuloaga
Otro colega fue Félix de Aramburu y Zuloaga ilustre penalista “el más elegante de los profesores ovetenses por el indumento, siempre del mejor paño y del mejor sastre”. Amigo también de su familia que le abrió las puertas de su casa. Como el catedrático de Penal investigaba en la personalidad del delincuente siguiendo la escuela italiana de su tiempo, le acompañó en sus visitas a la cárcel ovetense para conocer a delincuentes reales, hasta que ocurrió algo inimaginable con uno de los delincuentes:
⎼ “Pero Adolfo, ¡qué haces aquí!
Se trataba de un amigo de la infancia con quien había jugado centenares de veces en una cacería de unos parientes suyos situada en los alrededores de Oviedo pero con el correr del tiempo y las malas compañías le llevaron a perpetrar el peor de los crímenes”.
Otro era Víctor Díaz Ordóñez, profesor de disciplina eclesiástica del que fue discípulo y luego colega. Pero oigamos lo que de él se decía: “que Clarín habría tomado de la realidad ovetense a Ordóñez para crear la figura del imaginado vetustense Bermúdez de su Regenta, un pretendiente de Ana Ozores más por ambición que por amor, lo que llegó a oídos de Ordóñez quien tanto se molestó que obligó a Clarín a darle por carta cumplidas explicaciones, al parecer tranquilizantes para Ordóñez”.
Otro era Fermín Canella y Secades pariente lejano y profesor de la asignatura Ampliación de Derecho civil con el que, ambos madrugadores, hacían espera paseando por las galerías del claustro de la facultad mientras se hacía la hora de las 8.30 en que comenzaban las clases. De él recibió la dirección de la biblioteca especial de la facultad iniciada por él y que, sin una peseta, llegó a reunir unos centenares de volúmenes. En su nueva labor de bibliotecario los centenares de volúmenes se convirtieron en más de seis mil en 1904 cuando se la dejó a su sucesor.
Y es que en abril de 1904 Posada y Buylla fueron invitados por el gobierno a hacerse cargo en sendas secciones técnico-administrativas del Instituto de Reformas Sociales creado por el gobierno de Francisco Silvela meses antes. Con muchas dudas “en un departamento de segunda clase, tomamos sin despedirnos de nadie más que del rector Aramburu, el tren para la Corte y, contra lo que esperábamos, no volvimos a nuestras cátedras de Oviedo”. Comenzaba una nueva e intensa etapa de su vida, de trabajo incesante en el Instituto, de andanzas políticas, de catedrático en la Universidad Central de Derecho Municipal Comparado en 1910 y de Derecho Político y Administrativo en 1918 hasta su jubilación en 1931. Y, por supuesto, de nuevas relaciones de amistad.
Bibliografía: F. Ayala, Recuerdos y olvidos, Alianza editorial, Madrid, 2001, 560 páginas. A. POSADA, Fragmentos de mis memorias, Universidad de Oviedo, Servicio de Publicaciones, Cátedra Aledo, Oviedo, 1983, 363 págs. F. RUBIO LLORENTE, “Adolfo Posada (1860-1944)”, en R. Domingo (ed.), Juristas Universales. 3. Juristas del siglo xx. De Savigny a Kelsen, Madrid- Barcelona, Marcial Pons, 2004, págs. 743-746. F. SOSA WAGNER, Juristas en la Segunda República,1. Los iuspublicistas, Marcial Pons, Madrid, 2009, págs. 79-109. J. Rubio Jiménez y A. Deaño Gamallo, Diez cartas de Adolfo Posada a Leopoldo Alas, Clarín, en Cartas hispánicas, 001, 30 de diciembre de 2014. (http://www.bibliotecalazarogaldiano.es/carhis/descargas/Rubio-Deano_Diez-cartas-de-Adolfo-Posada-a-Leopoldo-Alas.pdf)