La fuente de conocimiento principalmente utilizada para el texto que se ofrece a continuación ha sido el libro que recopila las semblanzas publicadas tras su fallecimiento, en septiembre de 2013. El libro, de varios autores, lleva por título, Eduardo García de Enterría. Semblanzas de su vida y de su obra, Editorial Thomson Reuters-Civitas, Cizur Menor (Navarra), 2014, 514 páginas.

Los administrativistas españoles, y los juristas en general, tenemos la suerte inmensa de contar con una pléyade de maestros de la disciplina verdaderamente excepcional, que constituyen un referente constante para el impulso de la propia labor profesional. Uno de ellos, que brilla con especial luz propia es Eduardo García de Enterría, cuya personalidad humana, académica, y profesional ha sido eminente en los variados campos que cultivó: el de letrado del Consejo de Estado (1947); el académico como catedrático de Derecho Administrativo de las Universidades de Valladolid (1957), y Complutense (1962) desde las que creó una escuela de discípulos de gran calidad que a su vez fueron maestros de otros que vinieron después; el de Juez del Tribunal de Derechos Humanos; y como abogado de enorme prestigio durante toda su vida. Sus dictámenes, que podían llegar hasta un pequeño ayuntamiento de provincias, impactaban por su poder de persuasión y rigor argumental.

Pero más impresiona su obra de investigación jurídica, por su extensión, calidad y oportunidad de los temas que abordó. Con tantísima actividad -su trabajo de abogado quintuplica en volumen a su trabajo académico (Sáinz Moreno)- cabe preguntarse cómo pudo acometer y culminar una vasta obra escrita compuesta según palabras del propio Enterría en su autosemblanza de Río de Janeiro en 2007, de “treinta y tantos libros y unos 500 artículos”. Parece un milagro pues aún las personas más capaces e inteligentes saben el tiempo y sosiego que comporta esa tarea: leer lo que han dicho otros, ordenar las propias ideas, tomar la pluma o el ordenador y ponerse a escribir; y ello en medio de un tráfago incontable de actividades, de reuniones, clases, el seminario del miércoles atendido hasta los 88 años, conferencias, viajes, direcciones de tesis, visitas de tantos y tantos a los que regalaba generosamente su tiempo y su consejo. De los abundantes testimonios sobre su vida publicados a raíz de su fallecimiento se desprende que el maestro Enterría no era un hombre encerrado en su biblioteca por más que pudiera pasar en ella horas y horas. Más bien hay que apuntar a una férrea disciplina hecha según se ha dicho a base de esfuerzo, sacrificio y trabajo como las armas para levantar, pausadamente, libro a libro, articulo a artículo, su obra (J.E. Soriano). Coraje y entrega para acabar la tarea comenzada en esos fines de semana en Arenas de San Pedro que debieron dar para mucho pues junto a las excursiones de montaña, de las que era no un simple aficionado sino un consumado experto, sacaba tiempo para escribir lo que no era posible hacer en Madrid (J. García de Enterría). Y aun así su proverbial generosidad para las solicitudes de sus colegas y discípulos le llevaban a prescindir de ese descanso y sosiego, si fuera necesario, para formar parte de un tribunal de tesis doctoral en Florencia un sábado, lo que copaba tres días entre viajes y estancia (testimonio de L. Martín Rebollo).

Habría que ahondar en las entretelas de un espíritu apasionado, rebosante de fuerza interior, de entusiasmo, de vocación de servicio para hacer rendir los talentos en favor de tantas personas a las que trató y dispensó con su amistad, para comprender mejor una vida plena y feliz en los ámbitos jurídicos en los que trabajó y a los que se sentía llamado, descartando las oportunidades que se le ofrecieron para ocupar cargos públicos de relevancia.

Su afición a la montaña -sea en Gredos, o en los Picos de Europa de la zona cántabra donde se encontraban sus raíces vitales- y que le venía de antiguo: recién sacada la oposición a letrados del Consejo de Estado había subido nada menos que al Naranjo de Bulnes, no deja de ser una metáfora de su vida: conquistar las cimas de los montes -como el Almanzor, el Torrecerredo o el Peña Vieja- predisponen a su modo para represar las fuerzas que se precisan para alcanzar esas otras cimas de la vida profesional social y personal. No era para él la montaña un lugar solo para el deleite o la contemplación; se empapaba de los valores y atributos morales que transmitían: el amor al trabajo y a la libertad, el respeto por todos.

Su quehacer variado y completo no emanaba de fuerzas dispersas. Había una unidad, un hilo conductor, una misma personalidad desbordante, un “tejido inconsútil”, como se ha dicho (F. Sáinz Moreno) que se derramaba en lo que hacía, fuera el despacho, la Universidad, el compromiso social, el emprendimiento, las amistades, la investigación. Especialmente esta última asombra, como se ha dicho, por su extensión y calidad, por su buena pluma de académico de la Lengua que también fue. Y por su apego a lo concreto (era Enterría un jurista práctico según dijo de sí mismo).

De todo el conjunto testimonial puede intuirse junto a su extraordinaria inteligencia el entusiasmo y la perseverancia en sus investigaciones que irradiaba en las personas de su entorno alentando sus trabajos, corrigiendo las tesis doctorales, o los escritos forenses, y que le mantuvo con un espíritu juvenil hasta prácticamente al final de su larga vida en la tierra (90 años). Su amor al trabajo (“nosotros no nos jubilamos” se le oyó decir en alguna ocasión), su constancia, su pasión y confianza audaz en el derecho por los temas centrales en cada momento histórico (la justicia administrativa, la Constitución, la Unión Europea, la Administración, los derechos de las personas, etc.), y el no menos fuerte compromiso social que también le animaba (dirigió gratis et amore la Comisión de Expertos sobre las autonomías territoriales) aportando soluciones técnicas empapadas de realismo y rigor intelectual nos configuran una personalidad atractiva, plena de liderazgo humano y ético unida inescindiblemente a un sentido trascendente de la vida (“soy cristiano creyente”, manifestó hacia el final de su vida en Rio de Janeiro, 2007).

Sus obras jurídicas, con su prosa elegante y capaz de transmitir la luz interior que las ilumina, constituyen un legado cuya lectura o relectura no son un simple recuerdo de tiempos pasados sino reconocimiento del valor perenne que encierran muchas de ellas. Así las más comúnmente recordadas: La lucha contra las inmunidades del poder; los principios de la Ley de Expropiación Forzosa; La lengua de los derechos. La formación del Derecho Público europeo tras la Revolución francesa: discurso de entrada en la RAE, en 1994 y, cómo no, el Curso de Derecho Administrativo en dos tomos redactado con Tomás Ramón Fernández, que se aproxima al cincuenta aniversario de su aparición, con numerosas ediciones y constantemente citado). El beneficio que nos proporcionan en tiempos en los que los cambios sociales, informáticos y de valores hacen muy necesario no perder de vista estas obras que «escapan de su ayer a su mañana».