I. El filósofo que derivó en jurista. En Viena, Basilea y Heidelberg
Georg Jellineck nació el 16 de junio de 1851 en Leipzig y murió el 12 de enero de 1911 en Heidelberg, ciudad en la que vivió los últimos veinte años de su vida. Jellinek, en el decir de Sosa Wagner, es una personalidad fascinante, la “más cautivadora de cuantas desfilan por la pasarela de mi libro” (Maestros alemanes del Derecho público, 2ª ed. Marcial Pons, Madrid-Barcelona 2005, página 204) ¡y mira que por ese libro desfilan personajes ilustres!: Laband, Trieppel, Schmitt, Mayer, etc. Y sin embargo es cierto que nuestro jurista tiene algo especial y no solo por sus eminentes dotes intelectuales. Leyendo su semblanza se advierte enseguida que en ella se dan cita no pocas situaciones, acciones y pasiones humanas -buenas y menos buenas- a veces contrapuestas hasta el paroxismo, como la intensidad de su trabajo, el amor, el desprecio, la depresión, el agotamiento, el dolor, la tristeza, la alegría, el disfrute de una variada actividad intelectual como la filosofía, la literatura y, por supuesto el derecho -en sus hallazgos y en su enseñanza-, en el que Jellinek brilló -y sigue brillando- con luz propia por más que al principio lo considerara como un “matrimonio de conveniencia”. Y es que Georg iba para filósofo, pero por indicación de su padre, con quien siempre estuvo muy unido, se dedicó al derecho.
En Viena fue profesor extraordinario de Derecho Público y Derecho de Gentes (1883-1889). De esa época es su obra Gesetz und verordnung (1887), (Ley y Reglamento), en la que sostiene que solo podían ser considerados mandatos jurídicos (Ley material) aquellos que contaran con una autorización del legislativo. No consiguió ser profesor ordinario en su querida Viena en la que residía desde los seis años por traslado de su padre, y tuvo que emigrar a Alemania. ¿La razón? El ambiente clerical y político de la Austria de finales del siglo XIX fuertemente restrictivo con los judíos. Su padre era rabino; él sin embargo se mostraba indiferente. Al final de su vida gracias a la influencia de su mujer Camila, inicialmente católica pero más tarde protestante, se convirtió a la iglesia evangélica cristiana (1910). Pese a esa indiferencia -que él celaba con discreción para no disgustar a su padre- su condición de judío le impidió obtener una cátedra en Viena. Entonces solo se permitía que una cátedra -no dos- estuviera ocupada por un judío.
Así que, cerradas las puertas de Viena, con gran sufrimiento por su parte, marchó a Alemania donde el panorama cambió por completo. Allí las humillaciones de Austria se trocaron en reconocimiento. Pero Suiza se adelantó. Y es que, tomada la decisión de establecerse en Berlín adonde había enviado su trabajo de habilitación, le llaman de Basilea para ofrecerle plaza de profesor ordinario. Justo lo que él buscaba denodadamente. Y allí pasó dos semestres (1890), antes de acceder a una plaza en Heidelberg en abril de 1891.
Los veinte años pasados en Heidelberg hasta su temprana muerte fueron muy fructíferos. Allí conocieron la luz obras que le darían fama mundial: El Sistema de Derechos Públicos Subjetivos (1892), La declaración de derechos del hombre y del ciudadano (1895), o la Teoría General del Estado (1900) en la que Jellinek se aparta del positivismo jurídico. No es la mejor doctrina del derecho público dice el autor (según Meilán Gil), aquella que ofrece la mayor perfección lógica sino la que explica la realidad política de manera más natural.
Su vida científica se va afirmando a través de sus libros que iba escribiendo en medio de las circunstancias, a veces duras, que tuvo que afrontar en su vida personal profesional y familiar. Así la muerte prematura de dos hijos.
En Heidelberg su vida intelectual, académica y social se desplegó intensamente: investigaciones, libros, clases, tertulias culturales, trato amistoso con colegas, discípulos y alumnos, recepciones, artículos de prensa en los que participaba en los debates públicos de su época, viajes académicos y de descanso, etc.

II. Vida familiar
Todo ello llenaba su jornada, fuertemente entremezclada con su vida familiar. Camila, su mujer, con la que se había casado en 1883, le acompañaba siempre y los hijos fueron viniendo: Paul en 1884, Walter en 1885, Paula en 1891; otro hijo en 1892 que nace enfermo y muere con solo tres años, Otto Adolf en 1896. Aunque pudiera parecer que su intenso trabajo intelectual le impedía dedicarles en realidad se las ingeniaba para “conciliar”. Camila en alguna ocasión le sorprendía cuidando, entreteniendo o dando de comer al primogénito, Paul que no obstante murió con solo 5 años a causa de la difteria lo que les sumió en la depresión. En medio del desconsuelo emprenden un viaje hacia el Sur (Abbacia en Croacia) donde compone versos a su hijo desaparecido. Uno de ellos el epitafio de su tumba: “un día nuestra esperanza, hoy nuestro anhelo”. Andando el tiempo su hija Paula le recordaba por la libertad que les daba y cómo los entretenía con juegos de magia en los que hacía aparecer y desaparecer objetos delante de sus pasmados ojos.

A Jellinek no le fueron ahorradas privaciones. Supo lo que es pasar necesidad y no llegar a fin de mes. Así sucedió al principio de su carrera padeció una pobreza vergonzante pues no ganaba lo suficiente para vivir y tenía que “sablear” al tío de su mujer o a sus padres no sin advertir a su madre por carta que no hablaran a sus amistades de sus dificultades económicas: “es necesario mantener la cabeza bien alta” (1890). Y ello siendo profesor ordinario en Heidelberg pero con un sueldo escaso y mientras trabajaba en su influyente libro System der subjektiven öffentlichen Rechte.
Su vida intelectual le compensaría de las penalidades. Concebida una idea o un proyecto de libro se enfrascaba en él con tal fuerza arrebatadora que parecía desligarse de las ataduras normales de esta vida. Y así lo hace constar Camila, en la rica semblanza que publicó tras su fallecimiento, con amplias referencias a su correspondencia. En una ocasión, nos cuenta, viviendo en Viena se encontraba tan concentrado en su mesa de trabajo que no oía las voces de que la mesa estaba preparada y esperando que llegara para iniciar la comida. Tuvo que ir en persona a su despacho para sacarle de su ensimismamiento. Estaba en los primeros compases de su libro Ley y Reglamento. Seguramente no sería la primera ni la última vez que tal escena ocurriera en caso de los Jellinek. El libro vio la luz en 1887.
Más adelante estando en Heidelberg anuncia que ha enviado a la imprenta el System…, un libro que, en oposición a la doctrina imperante, considera el derecho subjetivo como un espacio de poder reconocido al individuo por el ordenamiento jurídico. Y de ahí el diseño de los famosos cuatro status del individuo en relación el Estado, cuya vigencia se extiende a nuestros días.
Mientras tanto empieza a darle vueltas a otra obra: el Die Erklärung der menschen und Bürgerreechte” (La declaración de los derechos del hombre y del ciudadano). Es la época en la que exclama: “el futuro pertenece a las ideas de la libertad espiritual”.
III. Estrés y otras enfermedades. Aficiones, descanso. Su hermano Emil y la sobrina Mercedes
En medio de toda esa vorágine intelectual, social y docente (13 horas de clase a la semana) no es extraño que le acometiera el cansancio (mayo de 1892) y también la enfermedad: una peritonitis en 1896, y, de seguido, fuertes dolores de cabeza pese a los cuales da sus clases y sufre por los compromisos que se le acumulan: encargos, reseñas, dictámenes que le solicitan desde USA, desde la Habana o incluso desde la Casa Real donde quieren contar con él para la celebración del 70 cumpleaños del Gran Duque: “es para volverse loco” llega a exclamar. Pero le dedica sus Fragmentos de Estado. Para completar el cuadro, un feliz acontecimiento: el 21 de marzo de 1896 nace otro hijo: Otto Adolf.
Tenía otras aficiones culturales la literatura las artes, la poesía también, y la fragilidad de los placeres de la mesa, especialmente de la sabiduría sobre el vino. En Heidelberg la cosa gastronómica era “un fin en sí mismo”.
Cultivó también la amistad. Sus amistades se repartían entre todas las facultades. Y como recordaba su viuda, “con los juristas era jurista; con los filósofos, filósofo, con los historiadores, historiador..”. Sus relaciones y amistades se prolongaban durante las vacaciones veraniegas (Baden-Baden, Katawik (balneario holandés) donde proseguían las tertulias y conversaciones profundas. También de política a la que era aficionado: no solo era un teórico de la cosa pública.
Entre los amigos colegas muy acreditados de su época: T. Momsen, M. Weber, G. Meyer, P. Laband, etc. Este último acabaría dirigiendo la tesis a su hijo Walter.
En la rica semblanza que proporciona Sosa Wagner se adivina lo que le sostenía interiormente: de una parte, el amor al trabajo, que con la inestimable ayuda de su poderosa inteligencia, le llevó a enlazar una tras otra sus grandes obras que le harían famoso en vida. Unido a sus obras, la docencia. Las aulas en las que hacía sus explicaciones estaban repletas de alumnos, lo cual, en el sistema retributivo de la época repercutía en sus ingresos: a más alumnos más sueldo.
De otra parte, el arraigo familiar tanto respecto de sus padres a quien escribía y pedía consejo, como a sus hermanos y, por supuesto, a la propia familia. Cuenta Sosa Wagner que le servía de descanso pasar tiempo con sus hermanos. Así pasaba días con Emil que vivía en Niza, y que se hizo empresario en el sector de los automóviles, una de cuyas hijas, Mercedes, dio nombre a la famosa firma de automóviles alemanes. Sí, “los Mercedes” tienen su origen en el nombre de la sobrina del profesor Jellinek. Y luego, y muy especialmente, con la familia que creó junto a su mujer Camila. Ella estaba presente en todo: en viajes y paseos por la montaña en los que su capacidad de observación y su sentido del humor encontraban buenas ocasiones de manifestarse. Por ejemplo, visitando en Orbieto unas ruinas unas señoras inglesas le preguntaron sobre el origen de esas ruinas y les dijo que pertenecían a una antigua estación de ferrocarril, sin que notaran nada raro en esta respuesta.
Georg Jellinek, en fin, es un clásico y algunas de sus ideas siguen resonando entre nosotros gracias también a la traducción de sus libros más importantes al español, constituyendo un patrimonio común de la ciencia jurídica: así acontece con su doctrina sobre los status, la autovinculación del Estado, la reforma y mutación constitucional, o la fuerza normativa de lo fáctico (Meilán Gil).
Bibliografía: Francisco SOSA WAGNER, Maestros alemanes del Derecho público, 2ª ed. Marcial Pons, Madrid-Barcelona 2005, páginas 169-204 y José Luis MEILÁN GIL, Voz Georg Jellinek en Juristas universales, 3, Juristas del siglo XIX, Marcial Pons, Madrid 2004, páginas 600-605.